LIBERTAD
DE EXPRESIÓN
Puedo alzar los ojos y saborear la
libertad porque miro una silueta áspera que huele a viejo -evoco el armario de
la abuela sintiendo el tacto rugoso de la naftalina húmeda-. El trazo se ve
rematado por hojas que anuncian el paso de los tiempos como cortados por una
tijera infinita. Saboreo la libertad porque alzo los ojos y miro un árbol y sé
que es un árbol y le llamo por su nombre, profundo como las raíces que
proclaman sus dimensiones verticales.
Luego la mirada se pone en paralelo al
suelo y me veo en un espejo de caras incontables que me dicen que el árbol es
árbol porque mi abuelo, mi bisabuelo y el conductor del tren creen lo mismo.
Porque el sabor de la libertad se vuelve reminiscencia de ajo en el gusto
cuando se nota que la libertad de expresión es un cuento de tontos, locos y sus
hijos los políticos.
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