lunes, 5 de mayo de 2014

A pesar de no querer: confesionario

No me da miedo decir que soy mujer a pesar de no identificarme ni con mi sexo ni con ningún otro, a pesar de sofocarme con el molde de plástico frío que fue diseñado por la historia para que al menos en eso todo el género sea equitativo. No me da miedo decir que soy mujer y amo y desamo mi sexo, aunque me tachen de feminista o misógina. Soy mujer y me miro al espejo y sé que no puedo ser sólo eso, que esa palabra se queda corta para mí y para cualquier persona a la que no le cuelgue el sexo.

No tengo miedo de aceptar que tengo un nombre a pesar de no encontrar en mis rasgos las consonantes que lo forman, a pesar saber que mis piernas no caben en un sustantivo de seis letras, a pesar de mi acta de nacimiento y mi lugar en la lista de alumnos. Tengo nombre y así me llama la gente y yo les hago caso cuando me llaman así por costumbre a pesar de sentir que yo no soy a quien llaman.

No tengo miedo de ser llamada hija, a pesar de saber que mis padres fueron sólo un receptáculo de circunstancias dirigidas a que yo estuviera hoy y todos los días deambulando por esta ciudad de nadie. A pesar de haber sido planeada sólo como compañera de juego de mi hermano, como un peso muerto que equilibrara la balanza familiar.

No tengo miedo de decir que soy hermana de alguien, a pesar de las discusiones que nunca añejan, de los juguetes compartidos, de la sombra que siempre tuve que pisar. Soy hermana de un muchacho tres años mayor que yo, le amo con el cariño de Caín, con la fuerza del animal que teme estar solo.

No tengo miedo de aceptar que tengo una familia, a pesar de estar partida por una mentira de más de veinte años, a pesar de las tendencias divididas, los chistes homofóbicos y los comentarios burgueses. Tengo una familia con todas las letras que componen la palabra, por ellos las tormentas desaparecen y reaparecen. Me veo en ellos reflejada, en sus tendencias divididas, en sus chistes homofóbicos y en sus comentarios burgueses.

No tengo miedo de aceptar que soy un ser humano a pesar de sentirme poco encadenada a mi cuerpo y a mi formación celular, tengo un cuerpo y cierta civilidad. Soy humana a pesar de tener un lado animal más expuesto que escondido, aúllo a la luna y nunca quiero abandonar el mar.

No tengo miedo de decir que esta sociedad me formó, a pesar de su tambaleante estructura, de los comediantes que la gobiernan y de aborrecerla. La sociedad está en mí como en cualquier otro, como un cáncer que se alimenta de todo lo que quiero hacer y que no produce capital monetario.

No tengo miedo de aceptar mi nacionalidad, a pesar de sus balaceras y su tercermundismo, de su presidente y su decadencia. Nací aquí y esto es todo lo que tengo, quisiera decir puto México pero suena cursi, nunca quiero irme de este país. No tengo miedo de aceptar mi nacionalidad aunque no me sienta parte de ella, aunque sea lo único de lo que realmente me enorgullezco, aunque es lo único que me preocupa perder algún día.

No tengo miedo de aceptar que soy lo que soy a pesar de no sentirme parte de nada, de ser una extraña en mi propio cuerpo, extranjera en mi propio país. 

Soy lo que soy a pesar de todo, a pesar de no querer.