Encendió el quinto cigarro del día que
esperaba morir, y no en un afán suicida ni de enfermo terminal, sino como un
hombre con veintiséis años recién cumplidos que sabe que morir es una
posibilidad igual a la de hallar un sobre lleno de billetes en el calle.
Harto de la gente, bandadas de seres
usando etiquetas de aceptación al interior de la playera, o intentando el amor
basado en el color de los labios, detuvo su pequeño caos de soledad[1]. Frente a él, una tormenta
eléctrica lejana: los rayos surcando el cielo y la música volumen grítame en el
oído y el frío haciéndolo sentir en serio la cascada de venas huesos músculos
tejidos y el humo en su boca como palabras recuerdos chocando contra las
paredes de su cráneo y ella tan bella, tan belleza promedio, desorbitante, tan
voy a una fiesta y me paralizas con tu mirada al otro lado del cuarto aunque no
sé ni tu nombre[2].
El vidrio de la ventana reflejaba
brevemente su figura de fantasma mientras él fumaba, ojos bailando entre la
tormenta desenvuelta y las manos de otro hombre enlazando la figura de su más
bella coincidencia. Ella, toda proporciones atinadas, montañas majestuosas pero
modestas, pestañas como olas nacientes en sus párpados[3]; ella reía y eso le helaba
la sangre como enterarse de una muerte cercana y caer en cuenta de la propia
fragilidad.
De pronto un olor a saliva y alcohol
atravesó el vaho humodecigarro proveniente de su boca. Una compañera de humo
que no había notado. Convenientemente, la música atravesaba las puertas de
vidrio que separaban la terraza del resto de la fiesta: ella le hablaba tan
cerca del oído que podía sentir casi un beso en el cuello y todos los sentidos[4] erizados, sintiendo el
aliento húmedo resbalar hasta su boca.
Ciertamente, no era ella, piernas
largas, boca ven a morderme, bella coincidencia; pero ¿qué más daba? Quizá ese
era el día de su muerte y su compañera de humo era materia dispuesta. Él había aprendido a notar esa urgencia
yuxtapuesta al intento de crear un contacto misterioso, sabía medir la
distancia que una mujer urgente guarda respecto al cuerpo de la presa.
Si le hubieran preguntado en ese
momento de qué hablaban, él no hubiera podido responder: las palabras se iban
flotando como hojas muertas, como amar, como dientes de león, como se extiende
el dolor por el brazo cuando se golpea el nervio del codo, como se pierden las
gotas de lluvia en la espesura del océano[5]. Las palabras que salían
intermitentemente de sus bocas[6], se encontraban en el
espacio vacío entre ellos para aterrizar en la lengua del otro, anudándola y
jalando para provocar un encuentro.
La compañera de humo, Dios sabe cómo
se llamaba, tapaba el reflejo de la bella coincidencia. Quizá –pensó él-
simplemente era una coincidencia. Y tomó por el talle a la mujer parada a su
lado, como si fuera una extensión de su brazo, atrayéndola hacia él. Le susurró
que ese lugar era muy ruidoso, que deberían irse. A pesar de tratarse de una
frase tan cliché, ella aceptó y ambos entraron a la fiesta como evadiendo la
reintegración a ella. La cruzaron y la puerta principal, marco de hielo, la
nuca erizada, te llamo mañana, mirada disimulada a sus nalgas: estaban en la
calle.
Entonces ella, bella coincidencia, el
vaso de whisky sostenido frente al corazón, como un crucifijo, la expresión
encendida, elegante, indiferente, ese porte de vampira, el hombre que la
acariciaba hace algunos momentos ahora le gritaba. Imposible moverse mientras
la observaba, mientras otra mujer paraba un taxi, preguntaba a dónde vamos.
Dos, tres, cuatro rayos a lo lejos. El
aire impregnado de un zumbido reminiscencia de las bocinas al borde de la
explosión, todo blanco y negro, todo película muda[7], un brazo levantado
describiendo una curva que va a parar en la mejilla de ella. La sangre
caliente, un nudo de desesperación indigestando el flujo de conciencia, la
elegancia endemoniada de esos ojos cafés que no apretaron los párpados ni por
un segundo.
Ella escupió lava caliente desde sus
entrañas angelicales sobre la cara del hombre que osó golpearle la mejilla.
Al otro lado de la calle, el taxi
esperando, él muriendo[8]
al verla escupir.
[1]
Epífrasis, se añaden significados más descriptivos acerca de la gente de la que
se habla.
[2]
Polisíndeton, figura usada para exaltar la rapidez del tiempo de la soledad.
[3] Asíndeton,
usada para enumerar características que saltan a la mirada obvia.
[4]
Figura etimológica, utilizada para explicar que la sensación, debido a su
intensidad, es experimentada por todos los sentidos.
[5]
Enumeración caótica, usada para intentar explicar la naturaleza de las palabras
nimias.
[6]
Pleonasmo, utilizado para resaltar el camino que recorren las palabras de la
urgencia.
[7]
Elipsis: Se omiten palabras explicativas como “es” y “está” con el fin de
transmitir la rapidez del transcurrir de la situación.
[8]
Zeuma dilógico: La palabra “morir” puede reflejar significado literal y
figurado, sugiriendo una interpretación libre del final.