martes, 21 de enero de 2014

¿Honestidad en los exámenes?

Yo creo que la honestidad está sobrevalorada. 
Copies o no copies en un examen, cuando salgas de la escuela y dejes de hacer exámenes, te enfrentas a un mundo plagado de corrupción. Y sé que ese no es un argumento válido para copiar –además de que el orgullo también pesa: nadie se quiere sentir un tonto que necesita copiar-, pero es que tampoco me parece válido que estudiemos y memoricemos datos y definiciones que al final del día olvidemos (lo que viene en los exámenes es demasiado como para aprehender todo con un aprendizaje realmente significativo que deje marca en nosotros).

Creo que es importante ser honesto en los exámenes para mantener una buena opinión de nosotros mismos. Si se copia, que sea por antojo y no por necesidad, que sea por sentirnos un poquito rebeldes y no por miedo a reprobar la materia.

Por otro lado, me parece que también debería pensarse una manera de construir exámenes para que contestarlos signifique disfrute. Por ejemplo, los exámenes caseros en los que tengo que ejemplificar cosas me gustan porque es una excusa para releer mis libros favoritos; o los exámenes en los que la información debe ser aplicada, como si se tratara de una práctica del mundo laboral.


Yo creo que la honestidad está sobrevalorada y he copiado en muchos exámenes y un par de veces he tenido que pagar las consecuencias. No por eso me siento menos inteligente o preparada, sólo han sido pequeñas facilidades para sortear materias aburridas o evitar memorizar información que no me interesa.

martes, 14 de enero de 2014

A pesar de todo...

No me da miedo decir que soy mujer a pesar de no identificarme ni con mi sexo ni con ningún otro, a pesar de sofocarme con el molde de plástico frío que fue diseñado por la historia para que al menos en eso todo el género sea equitativo. No me da miedo decir que soy mujer y amo y desamo mi sexo, aunque me tachen de feminista o misógina.
Soy mujer y me miro al espejo y sé que no puedo ser sólo eso, que esa palabra se queda corta para mí y para cualquier persona a la que no le cuelgue el sexo.

No tengo miedo de aceptar que tengo un nombre a pesar de no encontrar en mis rasgos las consonantes que lo forman, a pesar saber que mis piernas no caben en un sustantivo de seis letras, a pesar de mi acta de nacimiento y mi lugar en la lista de alumnos. 
Tengo nombre y así me llama la gente y yo les hago caso cuando me llaman así por costumbre a pesar de sentir que yo no soy a quien llaman.


No tengo miedo de aceptar que soy un ser humano a pesar de sentirme poco encadenada a mi cuerpo y a mi formación celular, tengo un cuerpo y cierta civilidad. Soy humana a pesar -de tener un lado animal más expuesto que escondido, aúllo a la luna y nunca quiero abandonar el agua de mar.

No tengo miedo de aceptar mi nacionalidad, a pesar de sus balaceras y su tercermundismo, de su presidente y su decadencia. Nací aquí y esto es todo lo que tengo, quisiera decir puto México pero suena cursi, nunca quiero irme de este país.
No tengo miedo de aceptar mi nacionalidad aunque no me sienta parte de ella, aunque sea lo único de lo que realmente me enorgullezco, aunque es lo único que me preocupa perder algún día.


No tengo miedo de aceptar que soy lo que soy a pesar de no sentirme parte de nada, de ser una extraña en mi propio cuerpo, extranjera en mi propio país. 
Soy lo que soy a pesar de todo, a pesar de no querer.