Defendiendo a un homicida con desequilibrio mental
No existe el pecado y no existe la virtud.
Sólo hay lo que la gente hace. Todo es parte de lo
mismo.
Algunas cosas que los hombres hacen son bonitas y
otras no,
y eso es todo lo que un hombre tiene derecho a
decir.
John Steinbeck
El mal toma muchas formas, entre las
más perversas está la privación de la vida pero ésta no se acerca ni un poco a
la perversión de juzgar a un pobre hombre enfermo de la mente, culpable de sus
actos.
Si bien, es cierto que nadie está
completamente cuerdo, existe un parámetro para medir la cercanía del sujeto con
la locura y esta es la aprehensión y vivencia dentro de la realidad que el
colectivo social califica como normal. Cuando un hombre que está dentro de los
límites de lo normal ha asesinado a un igual, deberá ser sometido al proceso
judicial que dicte la más grande convención social: el Estado. Pero cuando el
acusado tiene una relación con la realidad que no puede encasillarse dentro los
límites de la normalidad, debe ser tratado acorde a ella.
Tratar al hombre mentalmente enfermo
igual que al resto de los hombres podría equipararse con pedirle a un perro que
sea partícipe de un juego de ajedrez contra un humano; simplemente no tendría
sentido puesto que las capacidades mentales de los dos seres son bastante
disparejas. El enfermo, en todo caso, merece algún mérito por apegarse lo más posible
a las normas sociales a pesar de aprehender la realidad de una forma diferente
a como la gente de sociedad la ve.
Es legítimo juzgar al hombre de
acuerdo a su relación con lo que se ha convenido socialmente como realidad, por
lo que juzgar a un enfermo bajo las leyes de los cuerdos sería una
contradicción moral incluso contra el principio de igualdad que reina en el
Estado.
Sentenciar que un hombre mental y
socialmente deshabilitado actúa mal según lo estipulado por las convenciones
generales salta a la vista por su carácter, primero obvio, puesto que,
naturalmente, no acatará las normas de un colectivo al que no cree pertenecer;
segundo, injusto, puesto que su vida marginal no permite clasificarlo dentro de
un parámetro medible por las actitudes de la gente normal.
Y no pretendo convencer sobre la
inocencia total del enfermo, sino posicionarlo en un plano más razonable y
acorde a su condición de desbalance mental.