miércoles, 11 de septiembre de 2013

Defendiendo a un homicida con desequilibrio mental


Defendiendo a un homicida con desequilibrio mental

No existe el pecado y no existe la virtud.
Sólo hay lo que la gente hace. Todo es parte de lo mismo.
Algunas cosas que los hombres hacen son bonitas y otras no,
y eso es todo lo que un hombre tiene derecho a decir.
John Steinbeck

El mal toma muchas formas, entre las más perversas está la privación de la vida pero ésta no se acerca ni un poco a la perversión de juzgar a un pobre hombre enfermo de la mente, culpable de sus actos.

Si bien, es cierto que nadie está completamente cuerdo, existe un parámetro para medir la cercanía del sujeto con la locura y esta es la aprehensión y vivencia dentro de la realidad que el colectivo social califica como normal. Cuando un hombre que está dentro de los límites de lo normal ha asesinado a un igual, deberá ser sometido al proceso judicial que dicte la más grande convención social: el Estado. Pero cuando el acusado tiene una relación con la realidad que no puede encasillarse dentro los límites de la normalidad, debe ser tratado acorde a ella.

Tratar al hombre mentalmente enfermo igual que al resto de los hombres podría equipararse con pedirle a un perro que sea partícipe de un juego de ajedrez contra un humano; simplemente no tendría sentido puesto que las capacidades mentales de los dos seres son bastante disparejas. El enfermo, en todo caso, merece algún mérito por apegarse lo más posible a las normas sociales a pesar de aprehender la realidad de una forma diferente a como la gente de sociedad la ve.

Es legítimo juzgar al hombre de acuerdo a su relación con lo que se ha convenido socialmente como realidad, por lo que juzgar a un enfermo bajo las leyes de los cuerdos sería una contradicción moral incluso contra el principio de igualdad que reina en el Estado.

Sentenciar que un hombre mental y socialmente deshabilitado actúa mal según lo estipulado por las convenciones generales salta a la vista por su carácter, primero obvio, puesto que, naturalmente, no acatará las normas de un colectivo al que no cree pertenecer; segundo, injusto, puesto que su vida marginal no permite clasificarlo dentro de un parámetro medible por las actitudes de la gente normal.


Y no pretendo convencer sobre la inocencia total del enfermo, sino posicionarlo en un plano más razonable y acorde a su condición de desbalance mental.