miércoles, 16 de octubre de 2013

El precio del amor


El amor se paga caro y el pobre hombre parece ser el comprador más adinerado en la subasta del amor, aunque bajo la ropa, el hambre se marque en sus costillas. El amor es caro, con todo y su toxicidad en el ser humano, con todos los sentimientos enredados y las aflicciones que supone. Entonces es lógico pensar que un juego muy parecido al amor, pero sin todo eso dañino, debe ser mucho más caro. Menos sufrido pero más estigmatizado –al fin y al cabo, aprendimos de los santos, que si no duele, no vale-.


La prostitución es ilegal pero ahorra corazones rotos, posibles suicidios y asesinatos pasionales; en ella corre el taxímetro y sigue hasta que el cuerpo y la billetera aguanten.

No hay necesidad de invitar cafés ni pretender que es interesante el nuevo tinte que colorea el cabello de tal o cual actriz famosa. Y, a conciencia, se elige el nivel pasional, desde cien pesos de grasa insípida, hasta más de diez mil por una fantasía hecha realidad.

Fragmento del Tomo I del cómic Sin City, de Frank Miller
Las señoras de bien se asustan cuando se enteran que los maridos de otras señoras de bien, pagan a prostitutas. El cuerpo es sagrado, es denigrante que vendan su dignidad a un montón de hombres puercos.
Pero lo que las señoras de bien no piensan, es que ellas también son prostitutas. ¿La camioneta, el refrigerador lleno de comida, la televisión de paga, un cuerpo calentando y protegiendo la cama? Ese es el precio de su cuerpo.

El conjunto de objetos que el hombre provee es el crédito que tiene –o no tiene- en la cama. El tamaño de la cocina es la intensidad de las proezas que se llevaran a cabo cuando los niños estén dormidos. Las miradas amenazantes, cuando caminan juntos por la calle y alguien lanza un piropo al aire, son el número que se repetirá el acto durante la semana, o la noche, o el mes.



¿Por qué se estigmatiza la venta de sexo en la prostitución, pero en las relaciones –noviazgos o matrimonios- es una cláusula básica y convenida?

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