El amor se paga caro y el pobre hombre
parece ser el comprador más adinerado en la subasta del amor, aunque bajo la
ropa, el hambre se marque en sus costillas. El amor es caro, con todo y su
toxicidad en el ser humano, con todos los sentimientos enredados y las
aflicciones que supone. Entonces es lógico pensar que un juego muy parecido al
amor, pero sin todo eso dañino, debe ser mucho más caro. Menos sufrido pero más
estigmatizado –al fin y al cabo, aprendimos de los santos, que si no duele, no
vale-.
La prostitución es ilegal pero ahorra
corazones rotos, posibles suicidios y asesinatos pasionales; en ella corre el
taxímetro y sigue hasta que el cuerpo y la billetera aguanten.
No hay necesidad de invitar cafés ni
pretender que es interesante el nuevo tinte que colorea el cabello de tal o
cual actriz famosa. Y, a conciencia, se elige el nivel pasional, desde cien
pesos de grasa insípida, hasta más de diez mil por una fantasía hecha realidad.
Fragmento del Tomo I del cómic Sin City, de Frank Miller |
Pero lo que las señoras de bien no
piensan, es que ellas también son prostitutas. ¿La camioneta, el refrigerador
lleno de comida, la televisión de paga, un cuerpo calentando y protegiendo la
cama? Ese es el precio de su cuerpo.
El conjunto de objetos que el hombre
provee es el crédito que tiene –o no tiene- en la cama. El tamaño de la cocina
es la intensidad de las proezas que se llevaran a cabo cuando los niños estén
dormidos. Las miradas amenazantes, cuando caminan juntos por la calle y alguien
lanza un piropo al aire, son el número que se repetirá el acto durante la
semana, o la noche, o el mes.
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