miércoles, 23 de octubre de 2013

Amor tauromáquico


Las dos de la mañana. El frío te despierta tictaqueando, caen castañas que castigan el canto calmo[1] de tu pecho que susurra, soñando mientras asciende y desciende, respiración suave, pensamientos sublimes[2].

Te sientas en la cama y Lucía amor tauromáquico lo primero que viene a tu mente. No te preocupas por ella, pero recorres las curvas que nunca has visto debajo de su blusa azul. Le lames los senos con las glándulas endocrinas erizadas. Luego decides la poesía, bailas con hilo y aguja entre los versos dispersos entre Lucía y la hora del trabajo.

Lucilina, la guerra con nombre de ninfa griega… Sombra del gran maestro, ¿qué montaña de oro pronunciará Lucini[3], el pintor de los cielos renacientes?.. Nunca recuerdas exactamente el nombre de ese compañero de Da Vinci, pero te enternece hasta la miédula[4] que él, como tú, haya tenido la mala suerte de nacer en la misma época que otro grande.

Pestañeas alejando los versos, la imagen de Hemingway, viejo cascarrabias y sobrevaluado, entra al café y nadie te escucha más. Hemingway, viejo sincero héroe de guerra, escribe algo terrible y ahógate con tus éxitos pasados.

La escuchas venir, cierras los ojos y te sientes más cansado que cuando te acostaste a dormir. Ora[5] se acerca, silenciosa. Llega y lo encuentra desnudo, con cara de estrañamiento[6]. La hora llega y no queda más que meterse bajo la regadera tomar brevemente el café vestirse maquinalmente llegar al trabajo.

Catas el escritorio como café caliente, cargas cajas [7]de papeles, toses endiabladamente, un cigarro más o un cigarro menos no hace la diferencia, pensaste ayer justo antes de fumarte la cajetilla completa.
Algún carajo editor llega a entragarte[8] los nombres y las fechas de muerte para los obituarios, los mensajes de la familia. Cada descanse en paz te hiela verticalmente la garganta, como si hubieras tragado una piedra. Y toses, te duele un costado. Un Adán que sueña en el paraíso, pero siempre despierta con las costillas intactas.

Rostros anónimos desfilan mientras lees sus nombres. De pronto un vértigo. Lucía Lara, muerta la madrugada de ayer, descanse en paz. Y mil alfileres espadas banderillas clavadas en el estómago. Lucía, Lucía, ven. Lucía amor tauromáquico y el editor, su esposo, te mira caer en seco contra el suelo, un bisturí atravesando tus costillas. 

Adiós, adiós para siempre, amor tauromáquico.





[1] Aliteración onomatopéyica, su propósito es imitar el sonido de los dientes que castañean por el frío.
[2] Aliteración onomatopéyica, su propósito es imitar el susurro suave de la respiración de alguien dormido.
[3] Epéntesis, se añade “c” para que su sonido se parezca al nombre Lucía en un afán de recalcar la presencia de ella en todos los pensamientos.
[4] Epéntesis, se añade “i” para que la palabra evoque también miedo.
[5] Aféresis, usada para sugerir que se alude la palabra “ahora”, cuando, en realidad, se trata de “hora”
[6] Metátesis, que propone una doble opción: extrañamiento o estreñimiento.
[7] Parómeon y aliteración onomatopéyica, imitan el sonido de la tos seca.
[8] Antitescon: Se cambia la segunda vocal de “entregarte”, para sugerir que lo que se entrega, atraganta al sujeto.

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