domingo, 30 de marzo de 2014

Zombie, un cuento de Chuck Palanhiuk [traducción personal]

Zombie: A New Original Short Story by Chuck Palahniuk


Fue Griffin Wilson quien propuso la teoría de la des-evolución. Él se sentaba dos filas detrás de mí en Química Orgánica, él cabía perfectamente en la definición del genio malvado. Fue el primero en hacer el Gran Salto de Retroceso.

Todo el mundo lo sabe porque Tricia Gedding estaba en la oficina de la enfermera con él. Ella estaba en la otra camilla, tras una cortina de papel, fingiendo tener su periodo para salvarse de un examen sorpresa de Perspectivas sobre la Civilización Oriental. Ella dice que escuchó el beep! pero no reparó en ello. Cuando Tricia Gedding y la enfermera de la escuela lo encontraron en su camilla, pensaron que Griffin Wilson era el muñeco de resucitación que todos usan para practicar RCP. Apenas respiraba, apenas se movía. Ellas pensaron que era una broma porque su billetera estaba apretada entre sus dientes y tenía cables eléctricos pegados a ambos lados de la frente.

Sus manos sostenían una caja del tamaño de un diccionario, paralizadas, presionando un enorme botón rojo. Todos veían esa caja tan a menudo que difícilmente la reconocían. Había estado colgada en la pared de la enfermería: el desfibrilador. Ese re-vividor cardiaco de emergencia. Él lo debió haber tomado y debió haber leído las instrucciones. Simplemente quitó el papel encerado de las partes pegajosas para pegar los electrodos en cada lado de sus lóbulos temporales. Básicamente una lobotomía de quita-y-pon. Tan fácil que un adolescente de 16 años puede hacerlo.

En la clase de inglés de la maestra Chen, aprendimos “ser o no ser”, pero hay una gran área de matices en medio. Tal vez en las obras de Shakespeare la gente tenía sólo dos opciones. Griffin Wilson. Él sabía que los exámenes universitarios de admisión sólo eran una salida a una larga vida de mierda. A casarse e ir a la universidad. A pagar impuestos y tratar de criar un hijo para que no termine apareciendo en la escuela con un rifle. Y Griffin Wilson sabía que las drogas eran sólo un parche. Después de las drogas, siempre vas a necesitar más drogas.

El problema de ser talentoso y dotado es que a veces te vuelves demasiado inteligente. Mi tío Henry dice que es importante comer un buen desayuno para que tu cerebro continúe creciendo. Pero nadie habla de cómo, a veces, tu cerebro puede ser demasiado grande.

Básicamente somos animales grandes, evolucionados para abrir conchas y comer ostras crudas, pero ahora esperan que les sigamos la pista a las 300 hermanas Kardashian y a los 800 hermanos Baldwin. En serio, a la velocidad a la que se reproducen los Kardashian y los Baldwin van a aniquilar a las demás especies humanas. El resto de nosotros, tú y yo, sólo somos callejones sin salida evolutivos esperando a cerrar los ojos.

Tú le podías preguntar cualquier cosa a Griffin Wilson. Preguntarle quién firmó el Tratado de Ghent. Y él iba a ser como la caricatura del mago que dice “Mírame sacar un conejo de mi cabeza.” Abracadabra, y él sabría la respuesta. En Química Orgánica, podía hablar de la Teoría de las Cuerdas hasta que le faltaba el aire, pero lo que él realmente quería era ser feliz. No sólo carente de tristeza. Quería ser feliz de la forma en la que un perro es feliz. No constantemente sacudido de esa manera por mensajes instantáneos y cambios en el código tributario federal. Tampoco quería morir. Él quería ser y no ser, pero al mismo tiempo. Tal era su nivel de genialidad e innovación.

El director de asuntos estudiantiles hizo que Tricia Gedding jurara no contarle a una sola alma, pero ya sabes cómo resultó eso. El distrito escolar temía la aparición de imitadores. Esos desfibriladores estaban en todos lados en aquel tiempo.

Desde aquel día en la enfermería, Griffin Wilson pareció más feliz que nunca. Él siempre estaba riendo muy fuerte y limpiando la saliva de su barbilla con su manga. Los maestros de educación especial le aplaudían y lo llenaban de elogios sólo por usar el inodoro. Hablando de un doble estándar. El resto de nosotros luchábamos con dientes y uñas por un lugar en cualquier carrera basura, mientras que Griffin Wilson iba a estar encantado con caramelos de un centavo y retransmisiones de Los Muppets por el resto de su vida. 
Él, como era entes, estaba abatido excepto si ganaba cada torneo de ajedrez. Él, como es ahora, justo ayer, se sacó el pene y se masturbó en el autobús escolar. Y cuando la señorita Ramírez se estacionó y dejó el asiento del conductor para perseguirlo por el pasillo, él gritó, “Mírame sacar un conejo de mis pantalones”, y le roció semen en la playera de su uniforme. Él rió todo el tiempo.

Lobotomizado o no, él sigue sabiendo el valor de una frase pegajosa. En lugar de ser otro nerd, ahora es el alma de la fiesta.

El voltaje incluso hizo desaparecer su acné.

Es difícil argumentar contra resultados como ese.

No había pasado ni una semana después de que él se había convertido en zombie cuando Tricia Gedding fue al gimnasio en el que hace Zumba y tomó el desfibrilador de la pared del vestidor de mujeres. Desde que ella misma se administró el procedimiento quita-y-pon en el baño, no le importa dónde le llegue el periodo. Su mejor amiga, Brie Phillips, tomó el desfibrilador que guardan junto a los baños de Home Depot, y ahora camina por la calle, llueva o truene, sin pantalones. No estamos hablando de la escoria de la escuela. Estamos hablando del presidente de la clase y la líder de las porristas. El mejor y el más brillante. Cualquiera que haya jugado en la primera división de un equipo de deportes. Tomó todos los desfibriladores de aquí a Canadá, pero desde entonces, cuando juegan futbol nadie lo hace según las reglas. Incluso cuando pierden, siempre están sonrientes y chocando las manos.

Continúan siendo jóvenes y bien parecidos, pero ya no se preocupan por el día en que ya no lo sean.

Es y no es suicidio. El periódico no reportará los números actuales. Los periódicos se halagan a sí mismos. La página de Facebook de Tricia Gedding ya tiene más lectores que el periódico local. Medios masivos de comunicación, mi trasero. Cubren la página central con desempleo y guerra, ¿y no piensan que eso tiene un efecto negativo? Mi tío Henry me lee un artículo sobre una propuesta de cambio en la ley estatal. Los funcionarios quieren un período de espera de 10 días sobre la venta de todos los desfibriladores cardíacos. Hablan de verificación obligatoria de antecedentes y exámenes de salud mental. Pero no está en la ley, no aún.

Mi tío Henry busca el artículo del periódico y me hojea en el desayuno.  Me lanza esa mirada severa y pregunta, “Si todos tus amigos se lanzaran de un puente, ¿tú lo harías?”

Mi tío es lo que tengo en lugar de mamá y papá. Él no lo acepta, pero hay una buena vida después del borde de ese puente. Hay un suministro de por vida de permisos de estacionamiento para discapacitados El tío Henry no entiende que todos mis amigos ya se lanzaron.

Pueden ser de "capacidades diferentes", pero mis amigos todavía están ligando. Estos días más que nunca. Tienen cuerpos sensuales y cerebros de infantes. Lo mejor de los dos mundos. LeQuisha Jefferson metió la lengua dentro de Hannah Finermann durante Carpintería I, la hizo chillar y retorcerse ahí mismo, inclinada contra la prensa del taladro. ¿Y Laura Lynn Marshall? Se lo chupó a Frank Randall en la parte trasera del laboratorio de Cocina Internacional mientras todos miraban. Todos sus falafels se quemaron, y nadie hizo un caso federal de ello.

Después de apretar el botón rojo del desfibrilador, sí, una persona sufre algunas consecuencias, pero no sabe que está sufriendo. Una vez que se somete a una lobotomía quita-y-pon, un niño puede salirse con la suya.

Durante la sesión de estudio, le pregunté a Boris Declan si dolía. Él estaba sentado en la cafetería con las marcas rojas de quemaduras, aún frescas, a cada lado de su frente. Tenía abajo los pantalones, alrededor de sus rodillas. Yo le pregunté si el shock era doloroso, y él no respondió, no enseguida. Sólo sacó sus dedos de su trasero y los olió, pensativo. Él era el rey de la graduación del año pasado.

En muchas maneras, él es más relajado ahora que antes. Con su trasero de fuera a mitad de la cafetería, me ofrece una esnifada y le respondo, “No, gracias.”

Dice que no recuerda nada. Boris Declan ofrece una sonrisa tonta y descuidada. Da unos golpecitos con el dedo sucio a la marca de la quemadura en un lado de su cara. Apunta con el mismo dedo manchado de trasero para hacerme mirar hacia una pared. En la pared que está señalando hay un póster del consejero que muestra aves blancas batiendo sus alas contra un cielo azul. Debajo, se leen las palabras “la verdadera felicidad sólo sucede por accidente”, impresas en una tipografía de ensueño. La escuela colgó el póster para esconder la sombra que mostraba dónde estaba colgado otro desfibrilador.

Es claro que, sin importar cómo termine la vida de Boris Declan, él siempre estará en el lugar correcto. Ya está viviendo en un trauma cerebral nirvana. El distrito escolar tenía la razón sobre los imitadores.

Sin ofender a Jesús, pero los sumisos no heredarán la tierra. Juzgando por los realitys, los ruidosos pondrán sus manos en todo. Y yo digo, déjenlos. Los Kardashians y los Baldwins son como algunas especies invasivas. Como las kudzus o los mejillones cebra. Hay que dejarlos pelear por el control del mundo real de mierda.

Por un largo tiempo escuché a mi tío y no me lancé. Ya no sé. Los periódicos nos advierten sobre bombas terroristas de ántrax y nuevos brotes del virus de la meningitis, y el único consuelo que pueden ofrecer es un cupón de 20 centavos de descuento en desodorantes.

No tener preocupaciones ni arrepentimientos –es muy atractivo. Como la mayoría de los chicos populares en la escuela, he decidido auto-freírme, en este punto sólo quedan los perdedores. Los perdedores y los naturalmente tontos. La situación es tan horrible que soy uno de los favoritos para mejor estudiante. Es por eso que mi tío Henry me manda fuera. Él cree que mandándome a Las Cataratas Gemelas puede posponer lo inevitable.

Así que estamos sentados en el aeropuerto, esperando abordar nuestro vuelo, y pregunto si puedo ir al baño. En el baño de hombres pretendo lavarme las manos para poder ver así el espejo. Mi tío me preguntó, una vez, por qué miraba tanto al espejo, yo le contesté que no era tanto vanidad sino nostalgia. Cada espejo me muestra lo poco que queda de mis padres.

Estoy practicando la sonrisa de mi madre. La gente no practica su sonrisa lo suficiente y cuando más necesitan parecer felices no engañan a nadie. Estoy practicando mi sonrisa cuando ahí aparece: mi boleto a un futuro glorioso y feliz trabajando en un restaurante de comida rápida. En contraposición a una vida miserable como arquitecto famoso o cirujano vascular.

Por encima de mi hombro y un poquito detrás de mí, está reflejado en el espejo. Como una burbuja que contiene mis pensamientos en un cuadro de cómic, está un desfibrilador. Está montado en la pared a mis espaldas, guardado en un estuche metálico con puerta de vidrio que podrías abrir para disparar las alarmas y la luz estroboscópica roja. Un cartel encima de la caja dice DESA y muestra un rayo golpeando un corazón. El estuche de metal es como el escaparate que contiene las joyas de la corona en las películas hollywoodienses de robos.

Abriendo el estuche, automáticamente disparo las alarmas y la luz roja. Rápido, antes que algún héroe entre corriendo, corro hacia el baño para discapacitados con el desfibrilador. Sentado en el baño, abro el estuche. Las instrucciones están impresas en la tapa en Inglés, Español, Francés y en dibujos de cómic. Haciéndolo a prueba de tontos, más o menos. Si espero demasiado no tendré esta opción. Los desfibriladores pronto estarán bajo llave, y una vez que sean ilegales sólo los paramédicos tendrán acceso a ellos.

En mis manos está mi infancia permanente. Mi propia máquina de la felicidad.

Mis manos son más inteligentes que el resto de mí. Mis dedos saben cómo pelar los electrodos y cómo pegarlos a mis sientes. Mis oídos saben cómo se escucha el beep que significa que esta cosa está completamente cargada.

Mis pulgares saben qué es lo mejor para mí. Flotan sobre el gran botón rojo. Como si fuera un videojuego. Como el botón que presiona el presidente para disparar la guerra nuclear. Sólo pulsar un botón y el mundo como lo conozco se acaba. Una nueva realidad comienza.

Ser o no ser. El regalo de Dios para los animales es no tener opción.

Cada vez que abro el periódico quiero vomitar. En diez segundos no sabré cómo leer. Mejor aún, no tendré que hacerlo. No sabré del cambio climático. No sabré del cáncer o del genocidio o del SARS o de la degradación ambiental o del conflicto religioso.

El sistema de localización pública está diciendo mi nombre. Ni siquiera sabré mi nombre.
Antes de que pueda despegar, me imagino a mi tío Henry en la puerta, sosteniendo su pase de abordar. Él se merece algo mejor que esto. Necesita saber que no es su culpa.

Con los electrodos pegados a mi frente, cargo el desfibrilador y camino fuera del baño, hacia la sala de abordaje. Los cables enredados caen por los lados de mi cara, como delgadas y blancas coletas. Mis manos cargan la batería frente a mí como un atacante suicida que lo único que va a volar son sus puntos de IQ.

Cuando me ven, las personas de negocios abandonan sus maletas. La gente en vacaciones familiares agita sus brazos y llevan a sus niños a otro lado. Un tipo cree que es un héroe. Grita, “Todo va a estar bien.” Dice, “Tiene todo por qué vivir.”

Los dos sabemos que es un mentiroso.

Mi cara está sudando tanto que los electrodos podrían resbalarse. Aquí está mi última oportunidad para decir todo lo que tengo en la mente, así que con todo el mundo mirando, confesaré: No sé qué es un final feliz. Y no sé cómo arreglar las cosas. Las puertas se abren y los soldados de Seguridad Nacional se despliegan, y yo me siento como uno de esos monjes budistas en Tíbet o donde quiera que se salpiquen con gasolina antes de asegurarse de que su encendedor realmente funciona. Qué vergonzoso sería eso, estar empapado de gasolina y tener que pedirle un cerillo a un extraño, especialmente desde que los fumadores son minoría. Yo, a la mitad del aeropuerto, estoy empapado de sudor en lugar de gasolina, así de fuera de control están girando mis pensamientos.

De la nada mi tío me toma del brazo, y dice, “Si te lastimas, Trevor, me vas a lastimar también.”

Está aferrado a mi brazo, y yo estoy aferrado al botón rojo. Yo le digo que esto no es tan trágico. Digo, “Te seguiré amando, tío Henry… Sólo no sabré quién eres.”

Dentro de mi cabeza, mis últimos pensamientos son plegarias. Rezo por que esta batería esté totalmente recargada. Tiene que haber demasiado voltaje como para borrar el hecho de que he dicho la palabra amar frente a varios cientos de extraños. Aún peor, se lo he dicho a mi propio tío. Nunca seré capaz de sobrevivir a eso.

La mayoría de la gente, en lugar de salvarme, saca su teléfono y empieza a grabar. Todos están maniobrando para conseguir el ángulo completo. Eso me recuerda algo. Me recuerda las fiestas de cumpleaños y de Navidad. Un millón de memorias se estrellan sobre mí por última vez, algo más que no había anticipado. No me importa perder mi educación. No me importa olvidar mi nombre. Pero extrañaré lo poco que puedo recordar de mis padres.

Los ojos de mi madre y la nariz y la frente de mi padre, ellos están muertos excepto por mi cara. Y esa idea duele, saber que no los recordaré. Una vez que despegue pensaré que mi reflejo es sólo de mí.

Mi tío Henry repite, “Si te lastimas, me vas a lastimar también.”
Digo, “Seguiré siendo tu sobrino, sólo que no lo sabré.”

Sin ninguna razón, una mujer sobresale de la multitud y toma el otro brazo de mi tío Henry. Esta nueva persona dice, “Si te lastimas, también me vas a lastimar…” Alguien más agarra a esa mujer, y alguien toma al último alguien, diciendo “Si te lastimas, también me lastimas.” Más extraños alcanzan y sostienen a los extraños en cadenas y ramificaciones, hasta que todos estamos conectados. Como si fuéramos moléculas cristalizándonos en una solución en Química Orgánica. Todos están agarrados a alguien, y todos están sosteniendo a todos, y sus voces repiten la misma frase, “Si te lastimas, también me lastimas… Si te lastimas, también me lastimas…”

Esas palabras forman una ola lenta. Como un eco en cámara lenta, alejándose , yendo hacia arriba y abajo en las dos direcciones. Cada persona camina para agarrar una persona que está agarrando una persona, que está agarrando una persona que está agarrando a mi tío que me está agarrando a mí- Esto realmente sucede. Suena trillado, pero sólo porque las palabras hacen que todo suene trillado. Porque las palabras siempre echan a perder lo que estás tratando de decir.

Voces de otra gente en otros lugares, extraños, dicen por el teléfono, mirando a través de las cámaras, sus voces a la distancia dicen, “Si te lastimas, también me lastimas …” Y un chico sale de atrás de la caja registradora de Der Wienerschnitzel, corre a través del patio de comida y grita, “Si te lastimas, también me lastimas.” Y los chicos haciendo Taco Bell y los chicos espumando la leche en Starbucks, paran, y se agarran de alguien conectado a mí a través de esta vasta multitud, y lo dicen también. Y justo cuando creo que esto va a parar y todos se van a soltar para tomar sus vuelos porque todo se ha detenido y todos se toman de las manos, incluso a través de los detectores de metal, incluso entonces, el presentador de noticias en CNN, en los televisores montados en lo alto del techo, pone un dedo en la oreja, como para oír mejor, e incluso, dice, "Noticias de última hora.” Luce confundido y, obviamente, leyendo sus tarjetas dice, “Si te lastimas, también me lastimas.” Y sobrepuestas a su voz están las voces de expertos en política en Fox News y  de comentaristas en ESPN, todos ellos lo están diciendo.
Las televisiones muestran a la gente afuera en el estacionamiento, todos tomados de la mano. Conexiones formándose. Todos están subiendo videos de todos, gente parada a millas de distancia pero aún conectada a mí.

Y chisporroteando de estática, voces salen de los walkie-talkies de los guardias de Seguridad Nacional, diciendo, “Si te lastimas, también me lastimas – ¿me copias?”
Hasta ese punto, no existiría un desfibrilador lo suficientemente grande en el universo para alterar nuestros cerebros. Y, sí, eventualmente nos tuvimos que soltar, pero por un poco más de tiempo todos se sostenían fuerte, tratando de hacer que esa conexión durara para siempre. Y si esta cosa imposible pudo pasar, quién sabe qué más sería posible. Una niña en Burger King gritó, “Yo también estoy asustada.” Y un niño en Cinnabon gritó, “Estoy asustado todo el tiempo.”  Y todos los demás asienten. Yo también.

Encima de toda la situación, una gran voz anuncia, “¡Atención!” Por encima de nuestras cabezas, dice, “¿Me pueden poner atención, por favor?” Es una mujer. Es la voz de mujer que llama a la gente y le pide que levante el teléfono blanco para localizarlos.

 Todos listos para escucharla y el aeropuerto entero se reduce a silencio
“Quienquiera que seas, necesitas saber…” dice la voz de mujer del teléfono blanco. Todos escuchan porque todos creen que ella sólo les habla a ellos, individualmente. Desde miles de bocinas, empieza a cantar. Con esa voz, canta de la forma en la que un pájaro canta. No como un loro o un pájaro como los de Edgar Allan Poe, que habla inglés. El sonido es de trinos y escalas en la forma en la que un canario canta, notas imposibles para una boca que conjuga sustantivos y verbos. Podíamos disfrutarlo sin entenderlo. Podíamos amarlo sin saber su significado. Conectados por el teléfono y la televisión, estaba sincronizando a todo el mundo. Esa voz tan perfecta cantaba sobre nosotros.

Lo mejor de todo… su voz llena todo, sin dejar espacios para el miedo. Su canción convierte todos nuestros oídos en un solo oído.

Esto no es exactamente el final. En cada televisión estoy yo, sudando tanto que un electrodo se resbala lentamente hacia un lado de mi cara.

Este, ciertamente, no es el final feliz que tenía en mente, pero comparado con dónde comenzó la historia –con Griffin Wilson en la enfermería poniendo su billetera entre sus dientes como una pistola- bueno, tal vez no es un mal lugar para empezar.



Este artículo fue originalmente publicado en el número de Noviembre de 2013 en Playboy: http://playboysfw.kinja.com/zombie-a-new-original-short-story-by-chuck-palahniuk-1465542446/all

Ilustración de P-Jay Fidler.


miércoles, 19 de marzo de 2014

Hacer de tripas corazón, el origen


La expresión hacer de tripas corazón se utiliza “(…) para decir que una persona se enfrenta a una situación desagradable, a algo que en realidad no le gusta hacer pero que por algún motivo, tiene que hacerlo. Se usa esta expresión cuando una persona tiene que hacer un esfuerzo para disimular el miedo, el desagrado o la incomodidad que algo le provoca y seguir actuando con normalidad.” (NewInSlowSpanish)

El origen de esta expresión es incierto, pero la mayoría de fuentes lo atribuyen, primeramente, a Quevedo, quien en Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio escribió: “Punto en boca. Callar como en misa. La sangre de los brazos. Hacer de tripas corazón. Orejas de mercader. Dar con la carga en tierra.” (Quevedo, 1600)

Posteriormente, fue Francisco de Paula Seijas Lozano y Patiño en 1626, comentarista de El cuento de cuentos, obra de Quevedo, quien se encargó de explicar lo que esta expresión significa.

“Hacer de tripas corazón. — Esforzarse en disimular el miedo ó sentimiento; frase figurativa é ingeniosa: al que le falta corazón para estar tranquilo, hágalo de las tripas, que ascienden á la cavidad del pecho cuando se retienen los suspiros.” (Patiño, 1626)


La expresión se popularizó y se asocia con el peso psicosomático de las emociones negativas, creencia que, de una forma u otra, está bastante cerca de lo que Patiño expuso aunque de una forma más poética.

Bibliografía


NewInSlowSpanish. (s.f.). New in slow spanish. Obtenido de Catalog of Spanish Expression Proverbs: http://www.newsinslowspanish.com/catalog/spanish-expressions-proverbs/200/hacer-de-tripas-corazon.html

Patiño, F. d. (1626). Notas y comentarios. En F. d. Quevedo, El cuento de cuentos.

Quevedo, F. d. (1600). Premática de este año 1600 que se ordenó. En F. d. Quevedo, Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio.


Achichincle, el origen

La palabra achichincle, según el diccionario de la Real Academia Española, significa “hombre que de ordinario acompaña a un superior y sigue sus órdenes”.

Proveniente del náhuatl chichinqui (que chupa) y atl (tierra), significa “el que chupa el agua”, es decir que se refería al obrero que sacaba el agua de los manantiales subterráneos de las minas (Valentín, 2014).

Otra raíces etimológicas que posibilitaron la existencia de esta palabra son achichiactli, que significa “manantial de aguas o fuentes”; de achichicantlanauatia, forma de denominar a los patrones de los obreros que realizaban la tarea de sacar el agua de los manantiales; probablemente también de aaci-xinqui: aaci, una frase en la que la palabra náhuatl xinqui es una forma sustantiva de la palabra xima (afeitarse o raparse con navaja). Pero hasta aquí la pregunta sería cuál es la relación entre xima y el significado actual de achichincle, pues se debe a la época de la colonia, cuando surge el oficio del barbero; entonces podría traducirse a aquel que hace la barba y obtiene por ello un beneficio. (Pérez, 2013) Y de achichinequiztli, que significa “llorón, que llora a menudo”, esto enlazado con el significado peyorativo que cobró la palabra durante la colonia.

El significado actual de achichincle es “(…) ‘adulador, carantoñero del gobierno, de la autoridad o de alguna persona de posición elevada’ (…)”. (Alba, 2014)




Bibliografía

Alba, J. G. (19 de Marzo de 2014). Fondo de Cultura Económica. Obtenido de Minucias del lenguaje: https://www.fondodeculturaeconomica.com/obras/suma/r3/buscar.asp?word2=de%20achichincles,%20chalanes%20y%20canchanchanes
Pérez, F. (11 de Febrero de 2013). Origen de la Palabra ACHICHINCLE - BARBERO. Obtenido de Delicias de la comida prehispánica: http://deliciasprehispanicas.blogspot.mx/2013/02/origen-de-la-palabra-achichincle.html
Valentín. (19 de Marzo de 2014). ACHICHINCLE. Obtenido de De Chile: http://etimologias.dechile.net/?achichincle



lunes, 17 de marzo de 2014

LA HISTORIA DEL INSTANTISMO: SIMULACRO DE UN MANIFIESTO VANGUARDISTA


Ya nadie puede ser vejado ni aprehendido.
Todos se niegan a combatir.
En los más apartados rincones de la tierra,
resuena el estrépito de los últimos descontentos.

Juan José Arreola


El instantismo es una vanguardia que viene gestándose desde los congresos literarios en los que los estudiantes no quieren escuchar ponencias sino conocer geografías diferentes y beber alcoholes regionales, viene desde Anáhuac, desde las mujeres en Twitter que se sienten La Maga, desde el ensayo crítico número cinco mil sobre Borges, desde las citas virales de Paulo Cohelo en Facebook.

El instantismo es un feto moribundo esperando vivir. Los doctores (en literatura) lo conectan a máquinas con el logo del Seguro Social mexicano y se van al pasillo a conversar sobre la nueva enfermera de Geriatría. El instantismo puede vivir si las señoras embarazadas (de ideas) notan su frágil existencia y lo acogen como si fuera propio. Si las señoras –y los señores- asumen la crueldad de la situación, los doctores se verán amenazados –una bomba a punto de estallar- y girarán la cabeza de vez en cuando para revisar los signos vitales de la vanguardia recién nacida.

Los hermanos mayores –muy mayores- del instantismo resultaron ser promesas tambaleantes pero atractivas. El futurismo se sobreexcitó con las máquinas corriendo a 20 kilómetros por hora y quiso hacer un edipazo: matar lo que lo llevó a nacer; se rasgó las vestiduras y planeó quemar la casa de los abuelos.

El surrealismo, ya sabiendo las fallas de su hermano anterior, fue a México y se llenó los bolsillos de peyote; el resultado fue una actitud de yonki artístico. Nadie lo culpa, su actitud fue contagiosa. De ese contagio llegó el hermano ecuménico Dadaísmo, también hippie pero con giros filosóficos, con más atracción por la vida relajada.

El creacionismo nació ángel, probó que podía ser gente importante pero se apagó demasiado pronto; murió Narciso –por su belleza-, todavía está dibujado en las constelaciones cuando hay noches de tormenta. El estridentismo, tan perdido que decidió pararse bajo las alas de su hermano mayor, nació vomitando smog con una acta de nacimiento que lo declaraba ciudadano del mundo con residencia –casi- fija en Estridentópolis. Acostumbraba escupirle al presidente y orinar las puertas de las catedrales por una módica cantidad monetaria que le permitía tener qué orinar cada noche. Nació el antropofagismo con un carácter festivo, abrazando a sus hermanos y a todo hombre con suficiente carne en los brazos para comerla mientras dormían.

Claro, hay por lo menos un centenar más de hermanos bastardos y más o menos ancianos del instantismo. El instantismo no conoce la fraternidad de un compañero consanguíneo de juegos, no tiene alguien que le hable del sexo ni de la vida pero sabe, quizá inconscientemente, que no puede ser como ninguno de sus hermanos –especialmente como el estridentismo, él sólo era chistoso cuando no estaba tan borracho, nadie quiere ser como el estridentismo-.

El instantismo nació Frankenstein de sus hermanos mayores: tomó del futurismo su ansia por la velocidad de la vida, el instantismo sabe que va a morir muy joven, sabe que nació prácticamente muerto. Del surrealismo tomó la libertad de la locura, el instantismo se volvió loco al salir del hospital y encontrar un mundo en el que la realidad parece más extraña que cualquier pintura de Dalí. Del dadaísmo tomó el sentido ácido de la vida, el azar de las decisiones; para el instantismo la vida se basa en efectos de ruleta rusa.

Al creacionismo se le tiene mucho afecto, el instantismo vive relegado bajo su sombra eternizada por su muerte prematura, desea llegar a ser como él pero nunca podría serlo.
Del estridentismo, tomó su embriaguez y su juventud pero él se embriaga de nada, nada hasta que se marea y vomita. La única juventud que conoce es su fecha aproximada de muerte. Del antropofagismo rescató esa costumbre de nutrirse de la carne ajena, pero en él es una manía, eso es prácticamente lo que hace todos los días.

El instantismo salió del hospital para encontrarse con que nunca hemos consumido vino de plátano[1], que los grupos de intelectuales a la violeta se pasean con gafas de pasta pregonando juicios a favor de Murakami pero nunca han escuchado hablar de Joaquím Machado de Assis. Hablan del indigenismo pero de pies a cabeza traen productos gringos.

El instantismo se fue a pasear, a ver si se le pasaba el asco. Entró a una librería del centro y encontró el dolor del narco convertido en best-seller, la miseria de las poblaciones periféricas pregonadas desde un penthouse de la Condesa. Y en la sección de novedades, una oda al morbo por el sufrimiento humano.

Esa gente con libros sobaqueros conocía lo enfermo del mundo y continuaba recorriendo el punto final de los libros sin querer cambiar al mundo.

Curiosamente, un escritor estaba sentado afuera de la librería. Sucio y grosero,  pero con su flamante traje gris y recién rasurado, de piernas cruzadas, vomitando su próximo libro, sosteniendo un cartel que rezaba “Autografío libros por un poquito de reconocimiento”. Y frente a él una estampida de estudiantes extranjeros con el celular listo para publicar la foto con el escritor en Facebook y presumir su intelectualidad.

Al instantismo, tan chiquito como era, le quitaron las ganas de vivir.

Así, pasó días y días acostado sobre el estante de literatura latinoamericana de una biblioteca universitaria –sabía que allí nadie lo iba a molestar y, efectivamente así fue, a excepción de algunos fans de Cortázar y Borges, a caso alguno de Clarice Lispector-, y siguió sin querer vivir. Se volvió un muchacho delgadísimo y enfermo de libros –o de alergia al polvo, es casi lo mismo-.

El instantismo perdió todo.

Sólo creía en la muerte y, de vez en cuando, en que su valor como persona era cuantificable por las cosas que poseía. Perdió la esperanza al ver a sus hermanos muertos. Y gritó, arañó las paredes de la biblioteca, pero no lloró. El instantismo cree en tan pocas cosas que nunca llora, para qué llorar.

El instantismo sufrió una crisis nerviosa, lo sabemos porque fue encontrado en la sección de tesis en la hemeroteca, ya muerto. Varios signos de descomposición fueron descubiertos en la autopsia, la versión no oficial dice que la primera persona que vio el cuerpo quedo absorto en lo que el instantismo había escrito ya agonizante, con su sangre, sobre las paredes.

La foto de esos muros se filtró a la red, he aquí una transcripción de lo que se puede ver en la imagen:

“Yo soy quien soy y no busco nada.
Sueño con los ojos abiertos porque a la noche mi pesadilla peor es seguir en vigilia, en este mundo insatisfecho y cruento.

Soy quien soy no creo en nada.
El neoliberalismo sostiene la oz bajo mi cuello. Estoy condenado a servir a un rey marioneta democrática. El internet es mi positivismo, sin él no soy nada. Y por él soy nada. El internet es el trono de los absurdos, es la mejor herramienta con el peor uso.

Soy quien soy y no significo nada.
Me usan a conveniencia y me niegan al tercer día. Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo. Mi único flotador vive escondido en la frontera entre Norteamérica y México, sueño con estar dentro del canon después de mi muerte.

Soy quien soy y pertenezco a ningún lado.
Vivo aquí pero nadie me conoce. No tengo rostro y mi boca no tiene saliva. No me aceptan en Europa ni en América ni en el espacio. En la academia soy un sapo. En el vulgo me tachan de ya haber existido. El arte me diagnostica como posmoderno aunque nunca tuve un expediente en su archivo.

Soy quien soy y no he hecho nada.
Mi existencia se resume a cuatro años en Facebook y catorce mil frases en Twitter, conozco la desesperación a grandes rasgos y nada me impide caer en ella. Leo fragmentos de los muertos –los más recientes Pacheco y Gelman-, nunca he leído El Quijote y la lucha social me da hueva.

Soy quien soy y sólo valgo por este instante que vivo, soy una noción contextual, un grito sensible que desaparecerá de los titulares. Soy la olla exprés chillando por la indiferencia de estos tiempos, por ese vivir agachando la cabeza. Soy la bolsa para el sándwich que se llena de hongos para protestar contra su hermetismo.

Soy Heriberto Yépez sin los huevos en la garganta, sin el juego infantil del extremismo argumentado. Yo sé que entre el uno y el cero existe más que la nada. Sé del hartazgo de la literatura mexicana. Sé que Comala no es el único poblado con gente muerta, también están las provincias y los libros de los nuevos escritores mexicanos. Generalizo y soy Heriberto Yépez, soy ese cáncer extendido por el futurismo, el estridentismo y la Ciudad de México y las favelas.

Soy quien soy y ojalá pudiera ser la Alejandra Pizarnik de juicios cafeínicos, aquella que con un verso te hería la más fuerte las certezas. Ojalá no reparara en explicaciones apologéticas sobre mi rostro sin boca y expresara el asco, el miedo, la soledad, lo gris que repta por los pulmones.

Hoy me voy porque nací muerto. Nací en la época de la gente sin voz, de los autores sin saliva. Nací para morir porque aquí no hay vida, hay dolor compartido y alegrías solitarias. Soy el instantismo que dejó de ser existir porque cada momento es tan inmensamente corto que no nos alcanza para levantarnos y hacer algo. Porque entre Rusia y Norteamérica no nos quedas muchos años y los estamos viviendo sentados, alimentados con el líquido de una batería.

Me voy porque nací muerto, hijo del Arte y el Contexto, de los 85 años de dictadura. Soy todos los desperdicios que le sobran a cada época de la humanidad en pos del adelanto tecnológico.

Voy porque nací muerto, porque cada soplo de pensamiento me regala un momento más de vida, porque vivir es fácil si nunca abres los ojos, si sigues creyendo que el mundo empieza y termina en el bien y el mal.

Porque nací muerto, sapo. Mis padres no me conocen, me dejaron abandonado, nunca conocí el seno de mi madre. Soy el peor experimento que se hizo.

Nací muerto, mi lengua no conoce el vino de plátano, mis ojos nunca recorrieron el valle de Anáhuac. Pienso, pero no sé explicarlo, para eso está Samuel Ramos. Mi identidad cabe en una botella plástica de 600 mililitros, nunca he reparado en lo que dice el himno.  Sueño con el apocalipsis, quizá la única cura para la enfermedad de vivir en esta época.

Muerto.
Muerto.”





[1] Se hace referencia a un fragmento del ensayo Nuestra América, escrito por José Martí: “El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”