martes, 29 de octubre de 2013

El quinto cigarro: Memorias de un destructor



Encendió el quinto cigarro del día que esperaba morir, y no en un afán suicida ni de enfermo terminal, sino como un hombre con veintiséis años recién cumplidos que sabe que morir es una posibilidad igual a la de hallar un sobre lleno de billetes en el calle.

Harto de la gente, bandadas de seres usando etiquetas de aceptación al interior de la playera, o intentando el amor basado en el color de los labios, detuvo su pequeño caos de soledad[1]. Frente a él, una tormenta eléctrica lejana: los rayos surcando el cielo y la música volumen grítame en el oído y el frío haciéndolo sentir en serio la cascada de venas huesos músculos tejidos y el humo en su boca como palabras recuerdos chocando contra las paredes de su cráneo y ella tan bella, tan belleza promedio, desorbitante, tan voy a una fiesta y me paralizas con tu mirada al otro lado del cuarto aunque no sé ni tu nombre[2].

El vidrio de la ventana reflejaba brevemente su figura de fantasma mientras él fumaba, ojos bailando entre la tormenta desenvuelta y las manos de otro hombre enlazando la figura de su más bella coincidencia. Ella, toda proporciones atinadas, montañas majestuosas pero modestas, pestañas como olas nacientes en sus párpados[3]; ella reía y eso le helaba la sangre como enterarse de una muerte cercana y caer en cuenta de la propia fragilidad.

De pronto un olor a saliva y alcohol atravesó el vaho humodecigarro proveniente de su boca. Una compañera de humo que no había notado. Convenientemente, la música atravesaba las puertas de vidrio que separaban la terraza del resto de la fiesta: ella le hablaba tan cerca del oído que podía sentir casi un beso en el cuello y todos los sentidos[4] erizados, sintiendo el aliento húmedo resbalar hasta su boca.

Ciertamente, no era ella, piernas largas, boca ven a morderme, bella coincidencia; pero ¿qué más daba? Quizá ese era el día de su muerte y su compañera de humo era materia dispuesta. Él había aprendido a notar esa urgencia yuxtapuesta al intento de crear un contacto misterioso, sabía medir la distancia que una mujer urgente guarda respecto al cuerpo de la presa.

Si le hubieran preguntado en ese momento de qué hablaban, él no hubiera podido responder: las palabras se iban flotando como hojas muertas, como amar, como dientes de león, como se extiende el dolor por el brazo cuando se golpea el nervio del codo, como se pierden las gotas de lluvia en la espesura del océano[5]. Las palabras que salían intermitentemente de sus bocas[6], se encontraban en el espacio vacío entre ellos para aterrizar en la lengua del otro, anudándola y jalando para provocar un encuentro.

La compañera de humo, Dios sabe cómo se llamaba, tapaba el reflejo de la bella coincidencia. Quizá –pensó él- simplemente era una coincidencia. Y tomó por el talle a la mujer parada a su lado, como si fuera una extensión de su brazo, atrayéndola hacia él. Le susurró que ese lugar era muy ruidoso, que deberían irse. A pesar de tratarse de una frase tan cliché, ella aceptó y ambos entraron a la fiesta como evadiendo la reintegración a ella. La cruzaron y la puerta principal, marco de hielo, la nuca erizada, te llamo mañana, mirada disimulada a sus nalgas: estaban en la calle.

Entonces ella, bella coincidencia, el vaso de whisky sostenido frente al corazón, como un crucifijo, la expresión encendida, elegante, indiferente, ese porte de vampira, el hombre que la acariciaba hace algunos momentos ahora le gritaba. Imposible moverse mientras la observaba, mientras otra mujer paraba un taxi, preguntaba a dónde vamos.

Dos, tres, cuatro rayos a lo lejos. El aire impregnado de un zumbido reminiscencia de las bocinas al borde de la explosión, todo blanco y negro, todo película muda[7], un brazo levantado describiendo una curva que va a parar en la mejilla de ella. La sangre caliente, un nudo de desesperación indigestando el flujo de conciencia, la elegancia endemoniada de esos ojos cafés que no apretaron los párpados ni por un segundo.

Ella escupió lava caliente desde sus entrañas angelicales sobre la cara del hombre que osó golpearle la mejilla.

Al otro lado de la calle, el taxi esperando, él muriendo[8] al verla escupir.




[1] Epífrasis, se añaden significados más descriptivos acerca de la gente de la que se habla.
[2] Polisíndeton, figura usada para exaltar la rapidez del tiempo de la soledad.
[3] Asíndeton, usada para enumerar características que saltan a la mirada obvia.
[4] Figura etimológica, utilizada para explicar que la sensación, debido a su intensidad, es experimentada por todos los sentidos.
[5] Enumeración caótica, usada para intentar explicar la naturaleza de las palabras nimias.
[6] Pleonasmo, utilizado para resaltar el camino que recorren las palabras de la urgencia.
[7] Elipsis: Se omiten palabras explicativas como “es” y “está” con el fin de transmitir la rapidez del transcurrir de la situación.
[8] Zeuma dilógico: La palabra “morir” puede reflejar significado literal y figurado, sugiriendo una interpretación libre del final.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Amor tauromáquico


Las dos de la mañana. El frío te despierta tictaqueando, caen castañas que castigan el canto calmo[1] de tu pecho que susurra, soñando mientras asciende y desciende, respiración suave, pensamientos sublimes[2].

Te sientas en la cama y Lucía amor tauromáquico lo primero que viene a tu mente. No te preocupas por ella, pero recorres las curvas que nunca has visto debajo de su blusa azul. Le lames los senos con las glándulas endocrinas erizadas. Luego decides la poesía, bailas con hilo y aguja entre los versos dispersos entre Lucía y la hora del trabajo.

Lucilina, la guerra con nombre de ninfa griega… Sombra del gran maestro, ¿qué montaña de oro pronunciará Lucini[3], el pintor de los cielos renacientes?.. Nunca recuerdas exactamente el nombre de ese compañero de Da Vinci, pero te enternece hasta la miédula[4] que él, como tú, haya tenido la mala suerte de nacer en la misma época que otro grande.

Pestañeas alejando los versos, la imagen de Hemingway, viejo cascarrabias y sobrevaluado, entra al café y nadie te escucha más. Hemingway, viejo sincero héroe de guerra, escribe algo terrible y ahógate con tus éxitos pasados.

La escuchas venir, cierras los ojos y te sientes más cansado que cuando te acostaste a dormir. Ora[5] se acerca, silenciosa. Llega y lo encuentra desnudo, con cara de estrañamiento[6]. La hora llega y no queda más que meterse bajo la regadera tomar brevemente el café vestirse maquinalmente llegar al trabajo.

Catas el escritorio como café caliente, cargas cajas [7]de papeles, toses endiabladamente, un cigarro más o un cigarro menos no hace la diferencia, pensaste ayer justo antes de fumarte la cajetilla completa.
Algún carajo editor llega a entragarte[8] los nombres y las fechas de muerte para los obituarios, los mensajes de la familia. Cada descanse en paz te hiela verticalmente la garganta, como si hubieras tragado una piedra. Y toses, te duele un costado. Un Adán que sueña en el paraíso, pero siempre despierta con las costillas intactas.

Rostros anónimos desfilan mientras lees sus nombres. De pronto un vértigo. Lucía Lara, muerta la madrugada de ayer, descanse en paz. Y mil alfileres espadas banderillas clavadas en el estómago. Lucía, Lucía, ven. Lucía amor tauromáquico y el editor, su esposo, te mira caer en seco contra el suelo, un bisturí atravesando tus costillas. 

Adiós, adiós para siempre, amor tauromáquico.





[1] Aliteración onomatopéyica, su propósito es imitar el sonido de los dientes que castañean por el frío.
[2] Aliteración onomatopéyica, su propósito es imitar el susurro suave de la respiración de alguien dormido.
[3] Epéntesis, se añade “c” para que su sonido se parezca al nombre Lucía en un afán de recalcar la presencia de ella en todos los pensamientos.
[4] Epéntesis, se añade “i” para que la palabra evoque también miedo.
[5] Aféresis, usada para sugerir que se alude la palabra “ahora”, cuando, en realidad, se trata de “hora”
[6] Metátesis, que propone una doble opción: extrañamiento o estreñimiento.
[7] Parómeon y aliteración onomatopéyica, imitan el sonido de la tos seca.
[8] Antitescon: Se cambia la segunda vocal de “entregarte”, para sugerir que lo que se entrega, atraganta al sujeto.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Tautograma/anuncio




Alquilo alas.


Amigos, aquí aparezco anunciando alas.

Azules, amarillas y ámbar, alas aerodinámicas. 

Aleteen hacia alegrías altivas, alquilando alas. 

Adaptables a adultos, arrapiezos, animales, abogados, aviones. 

Anímese, agrónomo atareado, arquitecto adormilado, artista afligido, a adquirir alucinantes alas. 




Tautograma: palabra de origen griego (to autó= lo mismo y gramma= escrito, letra) con la que se conoce a aquellas composiciónes, poemas o versos, en las que todas las palabras empiezan por la misma letra.

El precio del amor


El amor se paga caro y el pobre hombre parece ser el comprador más adinerado en la subasta del amor, aunque bajo la ropa, el hambre se marque en sus costillas. El amor es caro, con todo y su toxicidad en el ser humano, con todos los sentimientos enredados y las aflicciones que supone. Entonces es lógico pensar que un juego muy parecido al amor, pero sin todo eso dañino, debe ser mucho más caro. Menos sufrido pero más estigmatizado –al fin y al cabo, aprendimos de los santos, que si no duele, no vale-.


La prostitución es ilegal pero ahorra corazones rotos, posibles suicidios y asesinatos pasionales; en ella corre el taxímetro y sigue hasta que el cuerpo y la billetera aguanten.

No hay necesidad de invitar cafés ni pretender que es interesante el nuevo tinte que colorea el cabello de tal o cual actriz famosa. Y, a conciencia, se elige el nivel pasional, desde cien pesos de grasa insípida, hasta más de diez mil por una fantasía hecha realidad.

Fragmento del Tomo I del cómic Sin City, de Frank Miller
Las señoras de bien se asustan cuando se enteran que los maridos de otras señoras de bien, pagan a prostitutas. El cuerpo es sagrado, es denigrante que vendan su dignidad a un montón de hombres puercos.
Pero lo que las señoras de bien no piensan, es que ellas también son prostitutas. ¿La camioneta, el refrigerador lleno de comida, la televisión de paga, un cuerpo calentando y protegiendo la cama? Ese es el precio de su cuerpo.

El conjunto de objetos que el hombre provee es el crédito que tiene –o no tiene- en la cama. El tamaño de la cocina es la intensidad de las proezas que se llevaran a cabo cuando los niños estén dormidos. Las miradas amenazantes, cuando caminan juntos por la calle y alguien lanza un piropo al aire, son el número que se repetirá el acto durante la semana, o la noche, o el mes.



¿Por qué se estigmatiza la venta de sexo en la prostitución, pero en las relaciones –noviazgos o matrimonios- es una cláusula básica y convenida?