Por
esto es pertinente marcar algunas diferencias fundamentales: el lenguaje es el
factor determinante en la diferenciación del ser humano. Es decir, el lenguaje es tomado como una facultad
humana –según el autor- de expresión. Es así que la facultad del lenguaje será
un rasgo de identidad humana –a gran escala- como la lengua –a mediana escala- resulta
ser una suerte de identidad para los conjuntos culturales.
Definitivamente
el factor más importante para lograr dominar a un pueblo es a través de la
religión –quién más apto para probar esto que los pueblos centro y sudamericanos-,
pero el lenguaje tiene una relevancia bastante parecida a ella.
La
lengua es un sistema particular de signos y relaciones lingüísticas a través
del cual se materializa la facultad del lenguaje. El español y el inglés entran
dentro de la categoría de lengua, el inglés y el español son determinantes de
identidad de pueblos enteros, como es el caso de Latinoamérica –o, en palabras
del autor, Hispanoamérica e, incluso, Iberoamérica-. A pesar de las diferencias
obvias y no tan obvias entre las manifestaciones lingüísticas de los países
hispanohablantes, el español es un factor que facilita el intercambio
comunicativo entre ellos.
Así
como se han explicado las gradientes de mayor y mediana escala que funcionan
como refuerzo de identidad colectiva, toca el turno de hablar del dialecto, que
ocupa la escala menor.
El
dialecto comúnmente es considerado una vertiente imperfecta de un idioma
cuando, ya lo decía Gonzalo Correas, se habla de variaciones propias de un
territorio geográfico, una generación, un estrato sociocultural, un género sexual,
cierto urbanismo o estilo, se habla, efectivamente, de dialectos.
Desde
el dialecto específico de tal o cual grupo, pasando por la lengua que encierra
toda una historia colonial, llegando hasta el divino hecho de poder tener un
lenguaje articulado, la identidad se va formando, además de la religión, a
través de un sistema de comunicación.
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