miércoles, 23 de julio de 2014

Una entrada sin pies ni cabeza

Es curioso lo que sucede cuando una regresa a la casa de su infancia, o, en mi caso, el hogar de diecinueve veinteavos de mi vida.

La nostalgia es inminente.

Cada rincón se vuelve recuerdo.

Por ejemplo, la cera de vela impregnada en el sillón dibuja con humo invisible la torpeza de una noche a varios años de distancia; la pared conserva la silueta nupcial de un retrato descolgado hace apenas mil cien días.

El simulacro del regreso a la casa de mi vida trajo un recuerdo vívido que extrañamente no tiene qué ver con la casa ni con mi familia. Lo recreé bajo el sopor suave de un licor que prometía ser extranjero pero lo era tanto como yo en esa casa.

Por la misma manía que me condujo hacia la afición a la nicotina, besaba el filo de un vasito medio lleno de licor de cereza. Como si nada, frente a la tele, bajo una cobija tejida por mi madre, esperando la hora de dormir. Y, de repente, como si todo.

Y me vi a mí y te vi a ti.

Entras con porte señorial a todos lados, como si hasta la oscuridad intuyera tu sonrisa resquebrajada como un espejo. Tomas poco, ya no fumas. Me acerco a ti con el cinismo de la cerveza número dieci-ya-estoy-borracha y un cigarro en mano. Y sé que entre nosotros todo es lúdico: nos podemos tener cuando queramos, funciona como hechizo a voluntad.

Y de pronto me besas o te beso y se acaba el protocolo.

Nos transformamos en el eclipse de luna, en las cervezas de martes a mediodía, en las frases encriptadas que nos unen como si fueran nuestras hijas.

De vuelta al sillón en la casa de mi infancia, el licor me acelera el cuerpo y me retarda la conciencia. Tal vez la resaca de tu piel jaguar o dios sabe qué maleficio maligno de tus ojos paganos.

Y el deja vú que sentí cuando te miré enternecida y estuve fuera de tono y te sentí tan mío y quise pensar que los deja vús suceden cuando estás viviendo lo que te corresponde como un anillo a cada dedo o un pezón a cada boca o una trucha a cada plato pero dijiste que hace mucho tú no lo sentías.

Pero me dio igual –o casi. Sólo yo me enamoro de tu risa.

Y otro trago de licor. Y tu sabor, tan parecido al licor, aferrándose a mi labio de arriba.


Mi licor, mi cereza, mi jaguar.




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